viernes, 6 de mayo de 2011

Análisis del Futuro de la Educación Superior

En la actualidad, las políticas sociales y de servicios públicos están sometidas a fuertes presiones. La universidad, por su parte, se orienta cada vez más hacia el modelo de mercado. Todos los países están sometidos a grandes presiones para poder satisfacer la demanda de conocimiento superior que necesitan los sistemas productivos. Los centros de formación superior son cada día más conscientes de que se están dirigiendo a consumidores que pueden elegir los mejores cursos existentes en el mercado. Sin embargo, las universidades deben enseñar también a pensar y por qué no a imaginar, a sentir y a soñar. La Universidad se encuentra en este momento ante el desafío de afrontar una reforma. En este caso no se trata de una reforma científica puesto que no se han detectado deficiencias ni obsolescencia en la docencia o en la investigación. Tampoco se trata de una necesidad política. El objetivo fundamental parece ser  el de preparar profesionales y adaptar las institución universitaria para competir con los Estados Unidos en el mercado de la educación y en convertir a la regiones en  regiones más competitiva del planeta. Se trata por lo tanto de conseguir, con esta reforma, un objetivo de tipo económico. Por todo ello, nos parece muy conveniente ofrecer algunas reflexiones sobre el contexto mundial en el que este cambio se produce porque aunque estas capacidades no se necesiten para producir, se necesitan para vivir con dignidad. La masificación de la educación superior es uno de los fenómenos sociales más significativos de la segunda mitad del siglo XX. En América Latina, este proceso pareció obedecer a las reivindicaciones sectoriales de una clase media en ascenso, que buscaba en el acceso a la universidad una reafirmación identitaria, a la vez que un canal de promoción social. Sin embargo, la expansión en la matrícula universitaria no logró articularse con los requerimientos estructurales que demandaba el desarrollo económico  de un país. Por otra parte, a partir de la fragmentación social agravada notoriamente desde los noventa, la masificación de la universidad esconde los efectos de una dramática polarización social, en la que la matrícula universitaria crece mientras se deterioran los niveles educativos básicos, dando lugar a una amplia capa de la población que ve cercenadas desde etapas muy tempranas sus posibilidades de acceder a la educación superior. Una vez más se plantea la necesidad de debatir seriamente sobre la respuesta a esta interrogante. El asunto vuelve a ponerse en el tapete con las fuertes presiones del Gobierno para que las universidades nacionales incorporen a sus aulas a un mayor número de estudiantes. Por cuanto ese acoso gubernamental está cargado de clisés, omisiones y peligrosas distorsiones que no favorecen la discusión fecunda, es preciso que en nuestras instituciones educativas le brindemos más atención al debate de esa importante cuestión, a fin de contribuir a la búsqueda de la articulación de esfuerzos en el marco de un sistema nacional de ingreso a la educación universitaria prevista en la LOE. Si bien es cierto que en nuestro país debemos aumentar de modo responsable el acceso a la educación universitaria, es necesario tomar conciencia de que tal cometido implica en lo fundamental una verdadera política de Estado dirigida a disminuir significativamente o a eliminar la exclusión escolar en sus dos vertientes: la de quienes por distintas razones no han podido culminar sus estudios de educación media diversificada y profesional, y la de aquellos que, una vez egresados de este nivel, tampoco han podido ingresar hasta el día de hoy en nuestra educación superior. Si en verdad el Gobierno está interesado en aumentar la masificación estudiantil en la educación universitaria, entonces tiene la obligación de propiciar el fortalecimiento y la articulación entre sí de todas las instituciones de este nivel educativo, y asimismo, está llamado a promover el establecimiento de las bases de un sistema nacional de ingreso que esté basado en la concertación, no en la imposición como ahora se pretende, y en sintonía con los planes de desarrollo de la nación. Muchos pueden pensar que diseñar la universidad del futuro y concretar las acciones estratégicas para alcanzar los objetivos que se fijen es una cuestión de carácter técnico-práctico alejada del debate teleológico de sus últimos, sutiles y teóricos fines. Sin embargo, puede resultar poco operativo saltarse un paso previo sobre el que, necesariamente, tenemos que volver a la hora de valorar acciones alternativas y políticas específicas de adaptación a los retos de futuro. La universidad debe buscar hoy día cumplir su responsabilidad con la sociedad no sólo garantizando una formación de calidad, ajustada al conocimiento científico, técnico o artístico, sino yendo más allá y asegurando una formación integral que responda a ese perfil universitario que dará respuestas a las necesidades sociales de este nuevo siglo XXI. Esa formación integral no es fácil, entre otras cosas, porque requiere de enfoques, dedicaciones y recursos que no siempre están disponibles para todos en cualquier momento. De esta forma, la colaboración interuniversitaria es crucial, como también lo es la vinculación con el mundo empresarial de una manera eficaz para generar potencialidades que contribuyan a mejorar la empleabilidad de nuestros universitarios. La base de la competitividad nacional y lo que diferenciará a las naciones que tengan más éxito, de las que tengan menos éxito en el futuro próximo, será el aspecto de la calidad, efectividad y relevancia de su previsión en educación. Las naciones occidentales sólo podrán mantener su hegemonía económica si pueden aportar al mercado, trabajadores bien formados. Y esa formación, al menos en lo que toca a la formación superior, no puede producirse tal como hasta ahora. La aparición de algunos factores nuevos, entre los cuales el más importante es la eclosión de las nuevas tecnologías de la información, varía el planteamiento actual de los métodos tradicionales  de aprendizaje de las universidades. La Conferencia Mundial de Educación Superior realizada destacó la importancia fundamental de la cooperación internacional solidaria como vía para mejorar la calidad de la Educación Superior,  así como su contribución a la reducción de la brecha en materia de desarrollo, mediante el aumento de la transferencia de conocimientos. En este proceso se destaca el papel de las redes internacionales de universidades y sus iniciativas conjuntas de investigación y los intercambios de estudiantes y personal docente.  Otro aspecto importante a considerar en la conceptualización sobre la cooperación, es el reconocer que éste tipo de cooperación es la que permite una mayor interacción entre las instituciones y sus comunidades académicas. Se aprovechan mejor las capacidades con que cuenta cada una logrando potenciar fortalezas individuales, se establecen nuevas formas de integración y de articulación, al tiempo que se promueve el trabajo en redes. Por lo que la cooperación académica internacional se basa en la complementariedad de las capacidades de los actores participantes para la realización de actividades conjuntas. Finalmente en este ámbito de cooperación, la dimensión de solidaridad se refiere al conjunto de acciones cooperativas con instituciones de otros países para el mutuo beneficio, con la finalidad de ampliar las posibilidades de incrementar el conocimiento y el desarrollo, así como las posibilidades de acuerdos para el establecimiento de programas conjuntos de intercambio de movilidad que incrementen el sentimiento de pertenencia a la región y enriquezcan la formación de los estudiantes, docentes e investigadores en el marco de la integración. Así, la cooperación académica solidaria se convierte en una actividad horizontal que responde al tipo de cooperación activa e integrada institucionalmente que puede influir en las políticas públicas e institucionales. Igualmente influye en la formación docente, en la oferta educativa de pregrado, postgrado y la educación continua, en sus modalidades: presenciales o virtuales. Influye también, en la formación de investigadores y en los mismos procesos de la investigación científica, en las actividades de proyección social, vinculación con la sociedad o extensión, y muy especialmente en el papel que desempeñan las universidades en la cooperación para el desarrollo.

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